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  San Antonio María Claret
 

SAN ANTONIO MARÍA CLARET

San Antonio María Claret nació en Sallent, Barcelona-España el 23 de diciembre  de 1807. En su autobiografía manifiesta orgullosamente su vinculación con la Virgen:

 

“Por devoción a María Santísima, añadí el Dulcísimo nombre de María, porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Directora y mi todo después de Jesús”. “El nombre de María indica mi origen espiritual, pues es mi Madre, pues María es la patrona de la parroquia en donde fui bautizado”.

 

Tiene deseos ardientes de consagrarse sólo a Ella. Agradecido y lleno de humildad le suplica:

 

“Y ¡cuántas gracias debo dar a María Santísima, que desde niño me preservó de la muerte, como después me ha librado de otros apuros! ¡Oh María, Madre mía! ¡Qué buena habéis sido para mí y que ingrato he sido yo para Vos! Yo mismo me confundo, me avergüenzo. Madre mía, quiero amaros de aquí en adelante con todo fervor, y no solo os amaré yo, sino que, además, procuraré que todos os conozcan, os amen, os sirvan, os alaben, os recen el Santísimo Rosario, devoción que os es tan agradable. ¡Oh Madre mía, ayudad mi debilidad y flaqueza, a fin de poder cumplir mi resolución!”.

 

Constantemente pide a la Virgen que le conceda el “don del amor” y el “celo por las almas”:

 

“¡Oh Madre mía María! ¡Madre del divino Amor, no puedo pedir cosa que os sea más grata ni más fácil de conceder que el divino amor, concédemelo, Madre mía! ¡Madre mía, amor! ¡Madre mía, tengo hambre y sed de amor, socorredme, saciadme! ¡Oh corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndeme en el amor de Dios y del prójimo!”.

 

Se desvivía por alabarla y serle fiel:

 

“¡Oh Madre benditísima, mil alabanzas os sean dadas por la fineza de vuestro Inmaculado Corazón y habernos tomado por hijos vuestros! Haced, Madre mía, que correspondamos a tanta bondad, que cada día seamos más humildes, más fervorosos y más celosos de la salvación de las almas”.

 

San Antonio María Claret fue un escritor fecundo. Después de concluir la Carta a la Inmaculada Concepción, se arrodilló delante de la imagen de María para agradecerle por haberlo ayudado a escribir aquella carta; cuando de pronto escuchó una voz desde la imagen que le dijo:

 

“Camina delante de mí y sé perfecto”.

 

En otra ocasión la Virgen le dijo lo que debía hacer para ser bueno:

 

“Ya lo sabes, arrepentirte de las faltas de la vida pasada y vigilancia en lo venidero”. ¿Oyes Antonio? -Le repitió-; “Vigilancia en lo venidero”.

 

Le obsesionaba un firme propósito:

 

“Pediré a María Santísima una caridad abrasada y una unión perfecta con Dios, humildad profundísima y deseos de desprecio”.

 

San Antonio fue un gran propagador del Rosario. Se vanagloriaba diciendo:

 

“Las mejores conquistas de almas que he logrado, las he conseguido por medio del rezo devoto del Santo Rosario”.

 

De su mocedad y juventud nos refiere lo siguiente:

 

“Siendo jovencito me encontré un libro que hablaba de lo importante que es el rezo del rosario y enseñaba como hay que rezarlo. La lectura de este libro me hizo mucho bien, y el maestro de la escuela viendo que me gustaba rezarlo me ponía a dirigir el rezo del rosario en la clase. Cuando ya fui mayor, en la fábrica de mi padre, rezaba con mis obreros cada día el rosario. Con mi hermanita nos íbamos a veces a visitar una imagen de la Stma. Virgen y allí yo sentía un gozo infinito rezándole el rosario”.

 

En el año de 1843 escribe este contundente propósito:

 

“Me daré de lleno a confesar, catequizar, predicar pública y privadamente, según sea oportuno; y no quiero aceptar, ni aceptaré estipendio alguno, sino que tendré presente que es una gracia que he recibido de María, et quod gratis date”.

 

Otro de los propósitos que se propuso ese año comienza así:

 

“Humildad: todo cuanto haga será por Dios y por María”.

 

El 11 de agosto de 1849, fue notificado de su nombramiento como Arzobispo de Santiago de Cuba. El 6 de octubre de 1850 fue consagrado Obispo en la catedral de Vich. A partir de ese día empezó a firmarse como Antonio María.

 

Llegó a Cuba el 16 de febrero de 1851. Uno de los primeros actos que realizó, fue visitar el santuario de la Virgen del Cobre (patrona de la isla) para implorarle su protección:

 

“Señora vos sois la Prelada de mi Diócesis... Yo no seré más que un mandatario vuestro”.

 

En cierta ocasión, en uno de sus sermones, dirigiéndose varias veces a la Virgen le dice:

“No soy el Prelado; eres tú la Prelada de la Diócesis”.

 

Siendo Arzobispo en Cuba, en uno de sus apuntes inéditos escribe:

 

“Vestidos pontificios. La Mitra significa la sagrada Biblia... El báculo, el régimen o gobierno. En él tengo la imagen de María Santísima, para que entendáis que no soy yo, sino María Santísima es la Prelada”.

 

En los años 1851 y 1852 repartió 20669 rosarios:

 

“Los regalo pero antes les enseño como deben rezarlo y les recomiendo que lo recen frecuentemente y con devoción”.

 

Fue la Virgen misma quien le confió la “Misión” de ser Apóstol del Rosario. Confidencialmente lo anota:

 

“El día 9 del mismo mes (de octubre  de 1857) a las cuatro de la madrugada, la Santísima Virgen María me repitió lo que ya me había dicho otras veces: que yo había de ser el Domingo de estos tiempos en la propagación del rosario”.

 

En 1857 con su puño y letra escribe su cédula de consagración a María Santísima en una carta dirigida al Canónigo Don Manuel Miura, su apoderado en Cuba:

 

“Ya sabe que yo no tengo voluntad propia; soy esclavo de mi Señora y un esclavo no puede tener otra voluntad que la de su Señora a quien sirve”.

 

Ese mismo año fue nombrado confesor de la reina Isabel II y preceptor de los príncipes, debiendo abandonar su amada Cuba.

En la Navidad de 1866, sucedió un notable hecho. En el convento de las Adoratrices de Madrid, después de celebrar la misa de Nochebuena, El santo se quedó arrodillado en la capilla dando gracias a Dios, cuando de repente se le apareció la Virgen y le puso al Niño Jesús en sus brazos.

 

En los propósitos de octubre de 1868 escribió:

 

“Virtudes: Amor de Dios y de Jesucristo. Gracia: devoción a María Santísima... Rosario bien rezado”.

 

En los propósitos de 1869:

 

“El examen particular será el amor de Dios; la gracia que pediré será la devoción a María Santísima”.

 

Otras de las prácticas devotas preferidas por el Santo fue la devoción de las Tres Avemarías. A las madres les aconsejaba:

 

“Si el hijo es pequeño, béselo tres veces y cada vez rezará un Avemaría. Si es grande, cuando esté dormido, se arrodillará y rezará tres Avemarías a su lado”.

 

A los niños que iban a hacer la primera comunión les enseñaba este propósito:

 

“Me abstendré de pensamientos, palabras y obras deshonestas conmigo mismo y con otro; para alcanzar la gracia que necesito, rezaré cada día a María Santísima Tres Avemarías, invocándola, además, con una Avemaría cada vez que me sintiese tentado”.

 

Amaba y admiraba el nombre de María:

 

“¡Cuánto envidio tu nombre y que puedas llamarte María!”.

 

El Santo resumió perfectamente el ¿por qué? de la devoción que debemos profesar y tributar a la Virgen:

 

“Dios lo quiere, Ella lo merece y nosotros lo necesitamos”.

 

Dentro de la Colección de sermones que publicó el Santo, hay una “Carta a Teófilo” a manera de prólogo, digna de ser tomada en cuenta por todos los sacerdotes que deseen escoger a la Virgen como modelo acabado de su predicación. He aquí lo que escribió en una de sus partes:

 

“El Verbo Eterno puede considerarse de tres modos: Encarnado, consagrado y predicado. Para encarnarse escogió la madre más humilde, pero al mismo tiempo la más casta y fervorosa cual es María Santísima. Y así como María Santísima es Madre del Verbo Encarnado, así el sacerdote es como el padre y la madre del Verbo consagrado y predicado.

 

Por tanto, ha de procurar el predicador ser humilde como María; ser casto, como María, y fervoroso, como María... La Virgen María que castitate placuit, et humilitate concepit; Que por su castidad agradó al Señor, y por la humildad lo concibió en sus virginales entrañas, apenas lo dio a luz en medio de la noche, lo envolvió en pobres pañales y lo reclinó en un pesebre donde fue adorado de los Ángeles, de los Pastores y de los Reyes.

 

Aprende, Teófilo, de María; con la castidad has de agradar a Dios, y con la humildad con que estudiarás los libros Santos y con que orarás a Dios concebirás lo que has de decir o el Verbo que has de predicar.

La Virgen lo colocó en el pesebre con toda reverencia; tú, sin faltar al sagrado decoro que exige tu ministerio, ni a la reverencia que se debe a la Divina Palabra que predicas, la colocarás de manera que aun aquellos hombres más rudos y estúpidos la pueden entender”.

 

Cuando predicaba ejercicios al Clero, en la ciudad de Olot les dice:

 

“Vengo por María, María me ha enviado, María dicta mis sermones”.

 

En el “Catecismo Explicado” pregunta:

 

“¿Es bueno ser devoto de María Santísima?” - responde-: “Es cosa buenísima y señal de predestinación”. -pregunta otra vez- “¿En qué consiste la verdadera devoción a María Santísima?” –contesta-: “En abstenerse de todo pecado, imitar sus virtudes, tributarle algunos obsequios, frecuentar los Santos Sacramentos, y hacer bien, con agrado y perseverancia, las oraciones y demás cosas de su servicio”.

 

En 1870 (año de su muerte) alcanzó de la Santa Sede la aprobación definitiva de su gran obra: La Congregación de Misioneros del Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María, fundada el 16 de julio de 1849. En las crónicas del santo[12] se refiere lo siguiente:

 

“Pocos momentos antes de morir sus ojos se iluminan; sus manos casi yertas acarician un crucifijo singularmente amado; su rostro se inflama; sus labios hacen esfuerzos para abrirse y forman, a la postre, unas palabras que van a ser un testamento: TOME USTED ESTE ROSARIO Y CONSÉRVELO”.

 

Quién recibió el encargo fue el Siervo de Dios, padre Clotet, que lo asistió en sus últimos momentos. Después de haber sufrido la persecución y el exilio en Fontfroide-Francia, entregó suavemente su Espíritu al Creador, el 24 de octubre  de 1870. Su última frase fue: “Jesús, José y María, en vuestras manos encomiendo mi espíritu”.

 

San Antonio María Claret fue beatificado por el Papa Pío XI el 25 de febrero de 1934 y, canonizado por el Papa Pío XII el 7 de mayo de 1950.

 


 
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