Los anuncios son de los Patrocinadores de la Web.es.tl
   
  .
  San Luis María Grignión de Montfort
 

SAN LUIS MARÍA GRIGNIÓN DE MONTFORT

San Luis María Grignión de Montfort[7] nació el 31 de enero de 1673 en la pequeña ciudad de Montfort-La Cane o Montfort sur Meu-Francia. Sus padres fueron Juan Bautista Grignión y Juana Robert de la Vizeule. Fue el primogénito de ocho hermanos. Fue bautizado en la iglesia de San Juan en la víspera de la Purificación de Nuestra Señora. A la edad de 4 o 5 años ya rezaba todos los días el rosario, conservando esta práctica durante toda su vida.

 

Desde sus inicios en el colegio fue admitido en la Congregación Mariana, cuya obligación diaria era el rezo del Oficio Parvo, frecuentar los sacramentos, las pláticas y lecturas marianas.

 

Un día, mientras se encontraba de hinojos en la iglesia carmelita de Nuestra Señora de la Paz, implorando ardientemente a su “Madre”, escuchó la voz de Dios que le dijo “serás sacerdote”.

 

Cuando era estudiante de Teología, San Luis María Grignión vivía tan aferrado a la Virgen, que acostumbraba llevar una imagen de metal. A menudo la llevaba en la mano, la miraba, honraba y besaba. También al estudiar, tenía la imagen en la mano, hasta que un día un sacerdote se la quitó; afligido pero sin perder el ánimo dijo:

 

“Aunque me quiten de las manos la imagen de mi bondadosa madre, jamás me la arrancarán del corazón”.

 

En 1699 fue elegido por el seminario de San Sulpicio junto a otro compañero, para ir en peregrinación al santuario mariano de Chartres. Allí pasó toda una noche en oración, de donde saldrá dispuesto a ser un apóstol de María.

 

En una carta dirigida a su hermana Luisa Grignión en febrero de 1701, quién atravesaba momentos difíciles, la anima con frases como esta:

 

“Duerme tranquila sobre el pecho de la Divina Providencia y de la Santísima Virgen, no preocupándote sino de amar y agradar a Dios”.

 

Más adelante le refiere la cita del evangelio: “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6, 33), y le añade:

 

“Si cumples la primera parte de este precepto divino, Dios infinitamente fiel, cumplirá la segunda; quiero decir que si sirves fielmente a Dios y a su Santísima Virgen, no carecerás de nada ni en este mundo ni en el otro”.

 

Alcanzado el sacerdocio, su única ambición y su mayor anhelo fue la de ser misionero a tiempo completo, y lo consiguió aún a costa de muchos sufrimientos, envidias, incomprensiones y persecuciones. Cuando los jansenistas consiguen del obispo que le retiren la licencia de predicar en la diócesis de Poitiers, San Luis Grignión de Montfort antes de peregrinar a Roma y pedir autorización al Papa para ir a las misiones del extranjero, se despidió de todos los fieles con una carta:

 

“Acuérdensen, queridos hijos míos, mi alegría, mi gloria y mi corona, de amar ardientemente a Jesucristo, de amarlo por medio de María, de hacer brillar en todo lugar y a la vista de todos, su verdadera devoción a la Santísima Virgen, nuestra bondadosa Madre, a fin de ser en todas partes el buen olor de Jesucristo”.

 

En otra parte de la carta les dice:

 

“Con María todo es fácil. En Ella pongo toda mi confianza, a pesar de que rujan el infierno y el mundo. Por Ella aplastaré la cabeza de la serpiente y venceré a todos mis enemigos, y a mí mismo, para mayor gloria de Dios”.

 

Recomendaba a sus fieles a consagrarse constantemente a la Virgen, para de esta forma quedar más unido a su Hijo:

 

“Cuanto más te consagres a María, tanto más te unirás a Jesucristo”.

 

Antes de llegar a la ciudad eterna estuvo quince días en el santuario mariano de Loreto, a la sombra de su querida Madre. Llegado a Roma El Papa Clemente X lo recibió, confiriéndole el título de “Misionero apostólico”, (no sin antes hacerlo desistir de su propósito de irse a otras tierras), invitándolo a regresar a su querida Francia, en donde la cruz de Cristo y la Virgen lo esperaban.

 

A su regreso, rechazado por todos, decide ir en peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Ardillers para confiarle sus penas a la Virgen y recibir nuevas luces, antes de entregarse de lleno a las misiones.

 

Entre las muchas iglesias y oratorios que restauró, estuvo el de un oratorio arruinado, dedicado a la Virgen, Reina de los Ángeles sobre el cual hizo colocar en el frontispicio esta inscripción:

 

“Si en tu corazón está grabado el amor de María al pasar, no te olvides de decir un Avemaría”.

 

Fue un fecundo escritor. En sus escritos sobre “El amor de la Sabiduría eterna” nos indica en que consiste la verdadera devoción a María:

 

“Consiste en un gran aprecio de sus grandezas, en un reconocimiento sincero de sus beneficios, en un celo inmenso por su gloria, en una invocación continua de su ayuda, en una total dependencia de su autoridad, en una firme y tierna confianza en su bondad maternal”.

 

En otra parte de este escrito, hablando de los medios para alcanzar la divina Sabiduría manifiesta:

 

“Entre todos los medios que existen para poseer a Jesucristo, María es el más seguro, fácil, corto y santo. Aunque hiciéramos las más espantosas penitencias, emprendiéramos los viajes más penosos y los trabajos mas pesados; aún cuando derramáramos nuestra sangre para adquirir la divina Sabiduría, si nuestros esfuerzos no están acompañados de la intercesión de la Santísima Virgen  y de la devoción a Ella, serán poco menos que incapaces e inútiles para alcanzarla. Pero si María pronuncia una palabra en favor nuestro, si su amor mora en nosotros, si nos hallamos marcados con el sello de los fieles servidores que observan sus caminos, pronto y sin fatiga obtendremos la divina Sabiduría”.

 

Finalmente después de muchos azares y contratiempos, en los últimos años de su vida, con la ayuda de Dios y la Virgen fundó la “Compañía de María”.

 

Quiso expresar su amor y devoción a la Virgen más allá de la muerte. Un día antes de morir suscribió su testamento, el cual comienza así:

 

“El que suscribe, el más grande de los pecadores, quiere que su cuerpo sea llevado al cementerio, y que su corazón se coloque bajo la tarima del altar de la Santa Virgen”.

 

San Luis María Grignión de Montfort en los últimos instantes de su vida, es atormentado por el maligno, pero sale victorioso y exclama:

 

“¡En vano me atacas! Estoy entre Jesús y María (sosteniendo las imágenes en sus manos). ¡Gracias a Dios y a María! He llegado al término de mi carrera. Se acabó: ¡ya no pecaré más!”.

 

Muere pronunciando los dulces nombres de “Jesús y María” un martes 28 de abril de 1716, cerca de las ocho de la noche. Fue declarado beato  por el Papa Gregorio XVI el 22 de enero de 1888, y santo por el Papa Pío XII el 20 de julio de 1947.

 
Grupo
ViveTuFeCatolica

 
  Hoy habia 13 visitantes (22 clics a subpáginas) ¡Aqui en esta página!  
 
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis