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  San Juan María Vianney
 

SAN JUAN MARÍA VIANNEY

El santo cura de Ars, patrono de los párrocos del mundo, nació el 8 de mayo de 1786 en Dardilly a 20 Km de Ars-Francia. “Había nacido con un carácter impetuoso”, dirá un testigo en el Proceso del Ordinario.

 

Sus biógrafos refieren que cuando tenía cuatro años, su hermanita pequeña, Gothon, se apoderó de un rosario con el que Juan María estaba muy encariñado. Cólera, lágrimas; el niño recurrió a la autoridad materna y esta le pidió que abandonase el objeto amado. A cambio, la madre le dio una imagen de la Virgen que estaba sobre el bazar de la cocina. A partir de entonces la imagen fue su compañera inseparable:

 

“No habría dormido tranquilo -dirá- si no la hubiese tenido a mi lado en mi camita”.

 

Una noche, su madre inquieta de no verlo a su lado, lo encontró en el establo rezando de rodillas, con las manos juntas frente a la imagen de la Virgen.

 

Mosén Tailhades refirió en el Proceso del Ordinario, una confidencia que el Santo Cura de Ars le hizo en 1839:

 

“Yo le pregunté cómo había obtenido la liberación de las tentaciones contra la santa virtud. Acabó por decirme que había sido como consecuencia de un voto: Aquel voto pronunciado desde hacía veintitrés años... consistía en recitar diariamente una vez el Regina Coeli y seis veces la jaculatoria: Bendita sea la Santísima e Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María Madre de Dios. Por siempre jamás así sea”.

 

A la jaculatoria mencionada solía añadirle:

 

“¡Oh María que todas las naciones te glorifiquen!. Que toda la tierra invoque vuestro Corazón Inmaculado”.

 

San Juan María Vianney, a su llegada a la Parroquia de Ars reunió a los jóvenes para rezar juntos:

 

“Si os parece rezaremos juntos el rosario para que la Santísima Virgen nos obtenga que hagáis bien lo que vayáis a hacer”.

 

El día que se proclamó el Dogma de la Inmaculada Concepción, San Juan María Vianney desbordaba de gozo cuando empezó su sermón:

 

“¡Que felicidad, que felicidad! Siempre había pensado que en medio del resplandor de las verdades católicas faltaba este rayo de luz. Era una verdad que no podía faltar en nuestra religión”.

 

En cierta oportunidad, una señorita que posteriormente se hizo religiosa, antes de entrar al convento hizo su confesión general con San Juan María Vianney. El Santo Cura le reveló del peligro a que estuvo expuesta por cierto baile al cual asistió y cuyo centro de la fiesta fue un joven desconocido que para disgusto de ella, ni siquiera la tomó en cuenta. Esta fue la exhortación final que le dirigió el Santo:

 

“Pues bien, hija mía; ese joven era el demonio. Aquellas con quienes bailó están condenadas, o en estado de condenación. Y, ¿sabe usted por qué no la invitó? Por el escapulario que llevaba usted consigo y que, por devoción a María, conservaba como una defensa”.

 

En otra ocasión su Vicario le pregunta: ¿Cuánto tiempo hace que ama usted a María? Responde el santo:

 

“La he amado antes de conocerla. Es mi amor más antiguo”.

 

Con esta frase que pronunció se sintetiza el ardiente “amor” que sentía por su “amada”:

 

“Si por dar algo a la Santísima Virgen, pudiera venderme, me vendería”.

 

El 4 de agosto de 1859, a las dos de la mañana, el curita de Ars expiró radiantemente al concluir la oración de los agonizantes:

 

 Que los ángeles de Dios salgan a tu encuentro y te lleven a la celestial Jerusalén.

 

San Juan María Vianney fue beatificado por Pío X el 8 de enero de 1905, y canonizado por Pío XI el 31 de mayo de 1925. Hasta la actualidad, Ars, sigue siendo paso obligado de peregrinos. Contemplando sus reliquias y la sencillez en que vivió el "santo cura", le invade a uno el sincero deseo de emularlo... Todo sacerdote debería pasar por allí.


 
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